23.2.05

La ciudad ha muerto

Los seres humanos estamos hechos para vivir en sociedad, no para desarrollarnos solos. Eso nos ha llevado a lo largo de la historia a reunirnos en grupos, tribus, clanes, sociedades… y como un aledaño al nacimiento de la burguesía, también creamos las ciudades. Buscábamos en ellas la seguridad y protección que brindan sus murallas, la familiaridad y cercanía con los con-ciudadanos, la identidad cultural y la agilización del intercambio económico (comercio) en pro del bienestar de la mayoría.
Si miramos hoy nuestras ciudades, marcadas por el individualismo, la delincuencia, el anonimato, la apatía, el hastío, las apariencias, la búsqueda de acaparamiento económico, el desdibujamiento cultural en una creciente pérdida de las propias raíces, y tantos otros males que contradicen totalmente los propósitos iniciales de la ciudad como institución; sólo podemos concluir que de alguna manera y desde algún momento, todo se vició y así se estropeó el plan original de las urbes modernas.
¿Cuál fue el veneno que produjo tan evidente asesinato? Se podrían ensayar mil respuestas. Yo me aventuro a proponer como culpable último, como la causa de todo esto, al individualismo.
En todo caso, lo que verdaderamente importa ahora es declarar el definitivo deceso de la ciudad, y reinventar otra forma de sociedad que en este nuevo milenio sirva para desarrollar nuestra índole social, sin traicionar los ideales primigenios.
¿Quién se anima a esbozar algunas ideas? ¡No hay tiempo que perder, es un desafío a nuestra generación!

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