17.10.05

Sensaciones pacíficas

Ayer, aprovechando el día soleado, fui a la playa, distante algunas cuadras de mi casa. En un día primaveral, mientras otros jugaban a la pelota o al vóley, yo decidí mojarme las patas y chapotear un poco. Es increíble cómo vigoriza el agua de mar y hasta el aire marino. Bueno, así, sintiéndome rejuvenecida, empecé a mirar con mayor detenimiento la fría agua del Pacífico que corría alrededor de mis piernas, y descubrí que alguna clase de ser vivo flotaba en vaivén junto a mí. Lo tomé, y era una almeja, que al sentirse apretada, me tiró un elegante chorro de... pis? saliva? esperma? No sé. Lo que sí sé, es que su existencia en mi playa me hizo agudizar los sentidos para encontrar muchas parientes suyas que estaban ahí nomás.
Finalmente, después de un rato de mariscar, tenía 24 almejas de un tamaño por lo menos 3 veces más grande que las que se encontraban en San Bernardo o Mar del Plata cuando yo era chica, que se entregaban a mis manos para ser saboreadas.
Después de un día completo de acuciosa observación en una ensaladera de mi cocina, llena de agua salada, y de una selección hacia otra ensaladera similar, ahora me apresto a prepararlas con una receta que me dieron, luego de rechazar a las que durante 24 hrs nunca se asomaron de su concha. Los cargos: presunción de muerte o de pelotudez. Por cualquiera de las dos razones, prefiero que no lleguen a mi estómago. Opto por conservar mi estado de vida, y de viveza.
Lujos que uno se puede dar, cuando la naturaleza te entrega gratuitamente sus bondades. Y eso ya no sucede tan a menudo.

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